El avance tecnológico es imparable, pero también su impacto ambiental. Es el caso de la Inteligencia Artificial, que suele requerir grandes cantidades de datos para su entrenamiento, a la vez que necesita de una gran cantidad de recursos computacionales y energéticos. Además, a medida que los modelos de IA se vuelven más complejos, sus requisitos de energía pueden aumentar. Es más, se estima que una consulta en ChatGPT consume 3 veces más que una búsqueda en Google. Una búsqueda de Google consume de media 0.0003 kWh, mientras que una consulta en ChatGPT entre 0.001 y 0.01 kWh.
Igualmente, OpenAI, compañía creadora de ChatGPT, asume que el consumo energético que requirió el entrenamiento de GPT-3 fue de hasta 78.437 kWh de electricidad, lo que es comparable al consumo de energía de un hogar medio en España 23 años. En cualquier caso, lo preocupante no es solo lo que impacta el entrenamiento.
El mayor impacto está en el consumo energético derivado del uso de esas tecnologías, así como en el consumo de agua, utilizada para enfriar los servidores dedicados a alimentar los diferentes productos y sistemas de la Inteligencia Artificial. Según datos de Google, en 2021 se consumieron 12.700 millones de litros de agua dulce en los procesos de refrigeración de sus equipos informáticos. Otro estudio estima que se consume al menos 1 litro de agua durante una conversación de 30 preguntas en ChatGPT.
Existen posibles soluciones a la problemática de la huella ambiental del entorno digital, aunque son bastante complejas, pues implican una combinación de innovaciones técnicas, estratégicas e incluso de políticas gubernamentales. Ante este contexto, López de Fez añade algunos posibles enfoques, todos ellos complementarios entre sí:
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