Se acaba un año 2019 marcado por la parálisis política, tres elecciones nacionales (dos generales más las autonómicas y municipales) y el agravamiento de la situación medioambiental en territorios decisivos social y políticamente como Madrid. Un panorama que no invita a priori al optimismo en el ámbito de la valorización energética, ligada de forma insoslayable a las regulaciones públicas y a la capacidad de las Administraciones por legislar y comprender la verdadera capacidad de aportación de la valorización energética (VE).
Mientras tanto, nuestros socios europeos más avanzados mantienen su apuesta decidida por la VE como parte natural del desarrollo social y urbano en un siglo XXI más limpio y sostenible. Ha sido noticia durante este último mes, la inauguración de una llamativa planta en Copenhague. Visible desde toda la ciudad y su entorno, está ubicada en una zona de expansión turística y de ocio deportivo y alternativo, con su singular pista de esquí de hierba artificial sobre sus cubiertas. Los daneses no sólo alardean de esta original planta, sino que consideran absolutamente natural y necesaria su construcción y ubicación, bien accesible a todos y cercana al núcleo urbano. Apuestas como esta han erradicado casi al cien por cien los vertederos en el norte de Europa.
Mientras tanto, en España asistimos con estupefacción y preocupación creciente al desbordamiento de los vertederos y la apertura de otros nuevos, como está ocurriendo en Madrid. Una política aberrante, la de hipotecar el futuro del territorio para nuestros hijos con estas prácticas antiguas, poco realistas, contaminantes y ciertamente hipócritas.
¡Qué paradoja! Son precisamente los países donde los movimientos ecologistas vienen de más antiguo y los que son modelo de sostenibilidad y equilibrio los que despliegan plantas de VE. Gracias a ello, bien es sabido, han acabado con los vertederos de basuras. Y mientras, España es el país europeo con más vertederos. Es inadmisible mantener este modelo suicida habiendo una alternativa infinitamente más sostenible que destruye residuos no reciclables al tiempo que genera energía a los distritos o localidades cercanas. Es sencillamente inexplicable.
Pese a este panorama desalentador, en España empezamos a tener motivos para ser optimistas. Este año 2019 puede convertirse en un punto de inflexión si somos capaces de aprovechar determinados acontecimientos muy importantes que están sucediendo y que han venido para quedarse.
El primero, a nuestro juicio, es el creciente clima social que clama por rápidas y contundentes medidas que frenen la degradación del medio ambiente y el cambio climático. La Cumbre del Clima de Madrid no ha sido más que la última constatación de este fenómeno, una concienciación global que no está teniendo una respuesta acorde por parte de los estados, divididos en función de sus intereses particulares. Es en Europa donde esta presión social está encontrando más recorrido. Y en este contexto, la valorización energética y, por lo tanto, los asociados de Aeversu se erigen como parte de la solución, como han acreditado nuestros vecinos del norte. Tenemos que ser capaces de revertir en España ese dogma ‘anti incineradora’, más anclado en viejas ideologías que en la aplastante realidad científica. Nos toca por tanto aprovechar esa saludable concienciación social para ‘presentar’ de nuevo a la opinión la solución limpia que tenemos al drama intolerable de los vertederos.
Esta línea de trabajo viene secundada, entre otras cosas, y he aquí el segundo acontecimiento, por el decisivo y definitivo informe que Naciones Unidas ha hecho público este año. El Programa de la ONU para el Medio ambiente ha reconocido la utilidad de las plantas de VE, capaces de reducir nada menos que en un 90 por ciento los desechos que ahora terminan en vertederos. Hay en el mundo, de hecho, más de 200 plantas en construcción en estos momentos. Esta línea argumental y su implementación a toda velocidad en Europa y Asia debe sernos también útil en España para intentar llegar a las 24 plantas necesarias para alcanzar al 25 por ciento de VE como umbral mínimo apropiado.
Por último, también debemos ser capaces de poner a la sociedad española frente al espejo de nuestros socios más avanzados (países escandinavos, Alemania, Austria, Reino Unido…), como ya hemos señalado anteriormente, como modelo a seguir. En este sentido, la puesta en funcionamiento de la nueva planta de Zubieta es una metáfora de lo que encarna la VE: fin de los vertederos en el territorio guipuzcoano y anexos y aprovechamiento energético gracias a una planta que sólo hemos sido capaces de sacar adelante cuando las Administraciones se han rendido a la evidencia. Y es que, lamentablemente, en la inmensa mayoría de los territorios la realidad ha desbordado la falta de previsión.
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